Cuando era gobernador Celestino Gelsi soñaba con un polo turístico que se transformara en un centro de atracción para los habitantes de la provincia y visitantes de otras. Con su estilo campechano solía decir que pretendía que la villa de El Cadillal se convirtiera en el Miami de nuestro país. Su anhelo, por una razón u otra, nunca terminó de concretarse porque fueron pocas las autoridades que continuaron con su proyecto. Al estar en un segundo plano, muchos comenzaron a destruir ese lugar que tiene una característica única y está a menos de 30 minutos de la plaza Independencia.
A fines de 2018 y hasta mediados de 2019, por iniciativa del entonces fiscal de Estado Daniel Leiva (hoy vocal de la Corte Suprema de Justicia), se comenzó a realizar un relevamiento para constatar las usurpaciones clandestinas que crecían sin pausa en esa localidad. Fueron tantos los casos detectados que hasta se intimó a los funcionarios comunales a que se abstuvieran de otorgar cualquier documentación para que las personas que se habían apoderado de parcelas pudieran argumentar una posesión legal.
El titular del Ente Tucumán Turismo se sumó a esta cruzada y comenzó a reclamar la devolución de las tierras que eran del Estado. Durante semanas se realizaron operativos y no sólo se concretaron decenas de desalojos, sino que con topadoras se procedió a demoler todas las viviendas que se habían construido en tierras fiscales. El mensaje dado fue muy duro, y sin embargo no fue suficiente.
Cercados por los controles y por el freno a la entrega de certificados irregulares, los inescrupulosos que se dedicaban a saquear las tierras fiscales cambiaron de lugar para continuar con la actividad ilícita. Se lo conoce como el “Camino Interlago”. Nace en Ticucho y muere en la villa del Cadillal. Se trata de un camino sinuoso que no siempre es mantenido. En los últimos años, desconocidos comenzaron a apoderarse de esas tierras. Al no haber encontrado freno por parte de las autoridades, otros los imitaron y comenzaron a comercializar terrenos hasta en la misma orilla del espejo.
Al transitar por esa ruta es fácil encontrarse con un duro panorama. Lomadas y cerros totalmente deforestados, alambrados, con caballos y animales de corral para disimular un supuesto establecimiento productivo. La zona agreste, con ejemplares de la flora y fauna autóctona, está siendo devastada por la mano del hombre que pareciera no tener límites. Las autoridades están haciendo muy poco para mantener ese tesoro que se encuentra en el lugar.
Evitar las usurpaciones y el comercio ilegal de inmuebles del Estado no es sólo una obligación de todo gobierno, porque debe velar por el patrimonio público, sino que en el caso particular de El Cadillal es un recaudo para que explotar turísticamente esa zona sea una posibilidad real. El marco de belleza natural del entorno del embalse debe ser preservado y si, llegado el momento, las autoridades consideraran oportuno abrir tierras para desarrollos inmobiliarios, ello debería realizarse de manera ordenada y supervisada. De lo contrario, el daño al medioambiente y al potencial turístico será irreversible.
El impacto del turismo ha producido ya un cambio sustancial en El Cadillal: un cambio que ha resultado sumamente positivo. No puede pedirse responsabilidad a los inescrupulosos que lucran con tierras que ni siquiera les pertenecen, pero sí debe exigirse al Estado que proteja el lugar no ya como el sueño de Gelsi sino como un tesoro común de los tucumanos.